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 Fotografía- Pablo Neruda y Gabriela Mistral.
REVISTA KOYAWE
LA SERENA
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CHILE
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Correspondencia y Canje
Casilla 522 La Serena, Chile
Derechos Reservados
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En esta edición:
Editorial
Luis Macaya
Poesía:
Belén Varas Jalaf
Juan Pablo Riveros
Sylvia Villaflor Rivera
CHILE
Amado Storni
ESPAÑA
Ricardo Díaz
FRANCIA
Artículos:
"Literatura desnarigada" por Juan Disante.
"La cacería de Sandino" por Gabriela Mistral, 1931.
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Koyawe Nº12
Editorial
Qué nos ata en esta vida. El amor, los lugares que habitamos, el "ser" humano, o el ser "humanos". Qué nos lleva y nos trae recurrentemente al pasado y que nos induce a cometer los mismos errores. Una y otra vez pasa con nuestra vida, una y otra vez pasa con las organizaciones y los pueblos. Qué nos hace permanecer en este círculo o en esta espiral que sabemos a donde conduce y que sin embargo nos conformamos con ver desde nuestro propio lejos el inexorable desenlace de los hechos, tal como inconcientemente sabemos que va a ocurrir.
¿Ya sabía yo que esto iba a terminar así!¡Otra vez lo mismo! ¿Angustia? Sí, a veces. ¿Desengaño? Pocas veces, ya estamos acostumbrados. ¿Felicidad? La suficiente y para mí eso basta. Así hemos vuelto una y otra vez a reencontrarnos... con nosotros mismos.
Esperamos avanzar superando las barreras y el propio desazón cuando los obstáculos sean duros de derribar, pero confiados en que la perseverancia siempre logra buenos frutos.
Luis Macaya
Juan Pablo Riveros*
Punta Arenas, 1945
El pensar peripatético
El mundo de los cuerpos
es el objeto de la filosofía natural
(pero no los cuerpos matemáticos
ni los procedentes del arte humano).
Lo natural tiene en sí la causa de su movimiento:
crece la planta por inclinación propia
desde la semilla;
la piedra cae
por su gravedad
Pero, es una fuerza ajena la que hace salir
la flecha del arco,
el son de la flauta o el canto del ave,
i.e., la esencia de las cosas
llevan en sí la ley de su devenir,
pues
la piedra cae en virtud de su esencia,
de su petreidad (petreïtas),
cae más rápido que el copo de nieve o que la hoja
que en este otoño cae silenciosamente del limonero
o que la pluma que cae del nido mundial del pájaro ausente,
la roca cae (¿todo cae?)
más rápida que las cenizas, que una guinda, que la hoja de un cerezo.
Porque es propio de lo pesado el caer,
ir hacia abajo (¿abajo?)
porque abajo está su sitio natural.
Y lo liviano, el humo, el vilano del diente de león,
la hoja que contiene tu palabra y se lleva el viento,
el volantín que se eleva en tus sueños,
la caminata agotadora que te lleva hacia lo alto,
lo liviano, decía, como el fuego (y las cenizas con sus muertos),
al aire sube porque su sitio natural es lo alto, lo de arriba.
(*) Poeta y profesor de Economía. Es un escritor cuya práctica poética la inició recién a finales de los 70. Ha sido incluido en antologías y varios de sus poemas se han traducido al alemán y al italiano.
Silvia Villaflor Rivera
A Lucila
La llamaría niña primavera
Roció en ambarina madreselva
dulce cantar de alondra mañanera
espuma trino y flor, raíz de selva
Tu verso puro inconsumible fuego
rondas de alados pies, harán eternas
Simiente, Sinfonía, Amor y Ruego
niña maestra, lágrima en mil sendas
La llamaría niña Campesina
segadora de pámpanos y estrellas
que perdona al Terral y las espinas
si no deja en almendros tristes huellas.
Ánfora criolla, cántaro, quimera
que mantienes el agua cristalina
que riente cae en riscos tempranera
y acarició tu mano alabastrina.
Trino, cierzo, gavillas y corolas
vendimiaste los néctares humanos,
ronda fraterna que unió nieves, y olas
Y todos nos llamaste tus hermanos.
La llamaría Lucila Hilandera,
en tus manos las hebras de ilusión
nidos, rimas, tejiste en tu vera.
Y el divino cantar fue en ti canción.
(7 de Abril de 1978)
Ricardo Díaz
[email protected]
El regreso
Estás de vuelta , como el tango
el ansiado regreso
a tus calles , esquinas y gentes
Los barrios te saludan con sus autopistas de escaleras
quieres ver todo y a todos
Como el volantín vuelas sin detenerte
estornudas lágrimas, golpeas con tu risa
Sólo los muros te saludan con sus penas de barro,
respuestas no hay, quedan las preguntas
Tu cuerpo jadea al ritmo del viento,
tu corazón no está, de nuevo partió ...
extranjero ...
buscando unos ojos azules, unos cabellos rubios
un cuerpo blanco con olor a norte
¿ Vuelves con ella ?
sueño, ilusión
La nostalgia inunda tus ojos,
el dolor tu alma
Diáspora eterna.
No comprendes, todo comienza de nuevo
Quieres quedarte... no sabes donde
¿Caleuche eterno?
Navegas entre la Bastilla y la Cordillera
entre Marsella y Valparaíso
entre Rimbaud y Neruda
Náufrago sobre el mar del olvido, iceberg a la deriva
lloras tus fantasmas
sueñas que tus sueños se realizan
Entre Tu y el cielo
la Bruma
(Recibido el 9 de abril de 2009).
Literatura desnarigada
por Juan Disante
“¿Hay alguien ahí?”, grita el centinela del
Palacio de Elsinger en que el espectro del Rey,
entre brumas, aparecerá ante su hijo Hamlet.
Palabra pensada, palabra dicha, palabra escrita, palabra iluminada por los megabits. La Web democratizó los procedimientos de comunicación y sus soportes. Las personas se siguen agrupando por el lenguaje, el motor de su gregarismo. Pero, aún no sabemos para qué usar esa democracia virtual del decir. Libertad sietemesina por añadidura. Sustituyó el qué y el cómo por el quién. ¿Quién envía esto? La necesidad de vínculo con otro ser humano. Tal vez la búsqueda de un afecto binario. ¿Placer?
En la tradicional literatura en papel hay algo de misterio. Aquello que se sugiere en la evocación. Aquello que puede avecinarse con el devenir de las palabras entintadas. Es una entidad la que nos habla. Es la voz callada de un narrador oculto. El libro es elegido por nosotros entre pilas de otros tomos. No hay sugerencia. Podemos darle más importancia al contenido que al autor. Pero sólo nos rige el instinto, el gusto, el quid. El mensaje es indirecto, sesgado. La decisión es nuestra.
En la computadora “alguien” envía el texto digital. Entonces, el misterio se traslada a ese mensajero. El autor o el contenido es dictado a santo de un viboreante camino de certezas que, generalmente, viene avalado por una larga fila de transmisores. Alguien nos dijo: “…”, y nosotros lo reenviamos. Y usted, lo mejor que puede hacer es reenviarlo a todos los que pueda.
Ese alguien detrás de su pantalla, lleva sobre su cabeza un casco con pluma, enchufes y vaya a conocer sus inquietudes. Tiene calidad electrónica. Tal vez no haya escrito ese texto, pero lo importante para nosotros es saber qué le está ocurriendo y quién es. El qué y el cómo por el quién. El ejecutor.
Lo literario siempre es recóndito y anchuroso, por esto que, cuando ofrece un desvío de acercamiento en la Web, se produce la ilusión de un roce de piel.
En vez, la piel del papel impreso, parabién, afianza las distancias. Al tacto, produce exfoliación de conjeturas.
La lectura de literatura en los libros no es idéntica a la que surge de la tecnología electrónica. En el papel se avanza, se detiene, se retrocede.
Es un ir y venir. Un papirotazo al seso. Se puede abandonar la lectura para retomarla desde distintas topografías. Durante varios días, queda girando en la mente del lector la idea de lo leído para analizarlo sin apuro. Por considerar.
La palabra en la Web de algún modo obliga al apuro. La luz incidente dispensa ojos. Hay que apurar porque en algún otro sitio “alguien está esperando”. El rostro ignoto asoma su nariz, puede llegar a tener forma. La nariz pretende arrastrar a la lengua. Por donde, pueden ser narices rotas, como la de las estatuas de la Antigua Roma. Así y todo, uno puede llegar a comprometerse, porque el compromiso es siempre impresionista.
Abrazados a los libros, el empeño asume otro rostro. No hay olfatos quebrados, hay verbosa habla. Hay un estigma de la memoria que no se mide en higas. Aun cuando el placer de las invocaciones siempre es distante, propio de nuestra interioridad, porque surge de nuestro singular.
Con una nariz enteriza siempre preferiremos sentir el aroma a tinta y papel en nuestras manos, aquél aroma que nos lleva indeciblemente a la lengua materna.
Recibido el 08 Abr 2009
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http://blogs.clarin.com/letra-y-matecocido
La cacería de Sandino
por Gabriela Mistral
Nueva York, 1931
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Mister Hoover ha declarado a Sandino "fuera de la ley". Ignorando eso que llaman derecho internacional, se entiende, sin embargo, que los Estados Unidos hablan del territorio nicaragüense como del propio, porque no se comprende la declaración sino como lanzada sobre uno de sus ciudadanos: "Fuera de la ley norteamericana".
Los desgraciados políticos nicaragüenses, cuando pidieron contra Sandino el auxilio norteamericano, tal vez no supieron imaginar lo que hacían y tal vez se asusten hoy de la cadena de derechos que han creado al extraño y del despeñadero de concesiones por el cual echaron a rodar su país.
La frase cocedora de Mr. Hoover suena a ese Halalí de las grandes cacerías, cuando sobre la presa que ha asomado el bulto en un claro del bosque, el cuerno llamador arroja a la jauría. Es numerosa la jauría esta vez hasta ser fantástica: sobre unas lomas caerán cinco mil hombres y decenas de aeroplanos. También equivale la frase a la otra de uso primitivo: "Tantos miles de pesos por tal cabeza", usada en toda tierra por los hombres de presa.
Lástima grande que la cabeza enlodada del herrero que la prensa yanqui llama bandido, sea, por rara ocurrencia, una cabeza a la cual sigue anhelante el continente donde vive toda su raza y una pieza que desde Europa llaman de héroe nato y de criatura providencial los que saben nombrar bien.
El herrero se parece más a Hércules que al Plutón infernal que ve Mr. Hoover. Enlodado corre por las cuchillas, a causa de los pantanos en que ha de escurrirse como culebra; carga las dos o tres pistolas que le dan las fotografías malignas de los semanarios neoyorquinos porque corre perseguido por los ajenos y los propios, y cada árbol y cada piedra de su región le son desleales; y su defensa toma aspecto de locura porque vive un caso fabuloso como para voltear a cualquiera la masa de sangre.
Desde los años de 1810, o sea, desde el aluvión guerrero que bajó desde México y Caracas hasta Chile, rompiéndolo todo para salvar una sola cosa, no habíamos vivido con nuestra expectación un trance semejante.
Mr. Hoover, mal informado a pesar de sus veintiún embajadas, no sabe que el hombrecito Sandino, montuno, plebeyo e infeliz ha tomado como un garfio la admiración de su raza, excepto uno que otro traidorzuelo o alma seca del sur. Si lo supiera, a pesar de la impermeabilidad a la opinión pública de la Casa Blanca (la palabra es de un periodista yanqui) se pondría a voltear esta pieza de fragua y de pelotón militar, tan parecida a los Páez, a los Artigas y a los Carrera, se volvería, a lo menos, caviloso y pararía la segunda movilización.
El guerrillero no es el mineral simple que él ve y que le parece un bandido quimicamente puro; no es un pasmo militar a lo Pancho Villa, congestionado de ganas de matar, borracho de fechoría afortunada y cortador de cabezas a lo cuento de Salgari. Ha convencido desde la prensa francesa y el aprecio español hasta el último escritor sudamericano que suele leer, temblándole el pulso, el cable que le informa que su Sandino sigue vivo.
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Tal vez caiga ahora esa cabeza sin peinar que trae locas las cabezas acepilladas de los marinos ocupantes; tal vez sea esta ocasión la última en el millar de las jugadas y perdidas por el invasor. Ya no se trata de una búsqueda sino de una cacería, como decimos.
Pero los marinos de Hoover van a recoger en sus manos un trofeo en el que casi todos los del sur veremos nuestra sangre y sentiremos el choque del amputado que ve caer su muñón. Mala mirada vamos a echarles y un voto diremos bajito o fuerte que no hemos dicho nunca hasta ahora, a pesar de Santo Domingo y del Haití: "¡Malaventurados sean!".
Porque la identificación ya comienza y a la muerte de Sandino se hará de un golpe quedándose en el bloque. El guerrillero es, en un solo cuerpo, nuestro Páez, nuestro Morelos, nuestro Carrera y nuestro Artigas. La faena es igual, el trance es el mismo.
Nos hará vivir Mr. Hoover, eso sí, una sensación de unidad continental no probada ni en 1810 por la guerra de la independencia, porque este héroe no es local, aunque se mueva en un kilómetro de suelo rural, sino rigurosamente racial. Mr. Hoover va a conseguir, sin buscarlo, algo que nosotros mismos no habíamos logrado: sentirnos uno de punta a cabo del continente en la muerte de Augusto Sandino.
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Correspondencia recibida:
Ricardo Díaz (Francia)
Revistas Virtuales:
Revista La Urraca N°21
Libros Virtuales:
HOY
Efemérides abril

7 de abril de 1889 Nace Gabriela Mistral. Premio Nobel de Literatura, premio Nacional de Literatura, cónsul.

14 de abril de 1997 Fallece Rodolfo Oroz.Premio Nacional de Literatura 1978. Ensayista, tratadista, profesor de latín, literatura greco-latina, gramática histórica y española, lingüística general, inglés en la Academia Técnico-Militar.
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